Los refranes y dichos populares encierran de manera aparentemente
trivial y simplista la sabiduría popular y el sentido de común, sin embargo, al
ser frecuentemente utilizados para “enseñar” se convierten en depositarios de
un pensamiento social fuertemente arraigado. Uno de esos dichos, que durante mi
infancia era constantemente repetido no sólo por mis padres y abuelos, sino
también en la escuela era “No solo hay
que ser sino parecer”. Frase que pretende
defender una coherencia entre el ser, el pensar y el actuar, lo cual sin duda
suponía un reto casi inalcanzable, pues se debe obrar no solo de acuerdo a la
conciencia, sino cumplir con unos imaginarios y patrones sociales, que a veces
francamente se contradecían. Creo que este
ejemplo permite explorar la forma en que interna pero también socialmente
determinamos lo que se considera como “bueno” o “malo”, o por lo menos los
comportamientos que se consideran como socialmente aceptables.
Dentro de los discursos que circulan en los distintos espacios de
socialización e interacción, constantemente se promulgan ciertos valores como
deseables y necesarios para la buena
salud de la sociedad y de los individuos. Tomemos algunos al azar: ser
honesto, inteligente, trabajador, etc. Volviendo con el ejemplo: no solo hay
que SER sino PARECER. Es decir, no se trata de “ser” honesto, sino también de
“parecerlo”, no solo debes ser “buen estudiante”, sino “parecer buen
estudiante”, ser buen esposo o esposa no es suficiente, debes “parecer” serlo y
por supuesto es necesario “parecer” un buen ciudadano. Es decir, es necesario
demostrar lo que eres (o pretendes ser) para que en dicha representación los otros
reconozcan el comportamiento como verdadero.
Entonces, surge la pregunta: ¿Por qué no alcanza
con ser?. Aquí propongo una hipótesis:
el “ser” es siempre una idea en construcción, algo deseable de alcanzar, pero
difícilmente acabado y materializado. El ser es un ideal: el ideal de ser
honesto, inteligente, eficiente, trabajador, o cualquiera que sea. Si se acepta
la hipótesis de que el valor está siempre en construcción, ¿que hacer mientras
es posible llegar a ese ideal? Es entonces cuando se recurre al “parecer ser”. Es decir,
simular, con la esperanza de llegar a ser. En ese sentido el “parecer ser” no refiere ya
a una coherencia interna entre el ser y el hacer, sino se convierte en el
camino para llegar al ideal. “Parecer ser” es solo la expresión del deseo de “llegar
a ser”. Sin embargo, fácilmente se concluye que no es necesario llegar a “ser”,
pues efectivamente el simulacro permite al individuo el reconocimiento y su
adecuación al entorno social, y a la sociedad le ofrece la ilusión de ir por
buen camino. Y aquí recurro a otro dicho popular que reafirma en cierta medida
la simulación: “cría fama y échate a dormir”. Si logras una actuación
suficientemente convincente, la simulación alcanzará para ser considerado de
tal o cual manera, sin pasar por el verdadero trabajo de conseguir el ideal: te
puedes “echar a dormir”.
De una manera, bastante simplista: no necesitas ser “buen trabajador” o “buen
ciudadano”, si solo consigues parecerlo puede ser suficiente para mantenerte en
la escuela, en el trabajo, en la sociedad.
¿Cómo llegamos o cómo se hace posible que este simulacro funcione?. Aquí
propongo tres procedimientos: aprender los códigos, desarrollar estrategias de
simulación y aplicar mecanismos de exclusión. En primer lugar, es importante
identificar y aprender los códigos. ¿cómo se muestra eso que se quiere “parecer
ser”?. Volviendo a los referentes cotidianos: ¿cómo parezco ser honesto, o buen
trabajador, o buena esposa, o buen ciudadano? Es entonces necesario identificar
los referentes considerados como deseables, los modelos que guían al
ideal.
En términos generales nuestro modelo es el desarrollo, que nos impela a
asumir los valores propios de la modernidad. Esto significa, entre otras cosas,
integrarnos efectivamente al modelo capitalista y globalizado que nos garantice
la sostenibilidad del crecimiento económico. Dentro de un pensamiento
colonialista, que aún atraviesa nuestra configuración social, los códigos de
modernidad y desarrollo continúan haciendo referencia al hombre occidental:
blanco, masculino, heterosexual, educado.
El segundo punto, se refiere al desarrollo de estrategias para el
“parecer” o la simulación que nos
permitan mantenernos en el “camino correcto”. Estrategias que no son sólo
individuales sino sociales e institucionales. Por ejemplo, las estrategias del
Estado para lograr el pretendido desarrollo, diseñadas sin embargo por las
entidades transnacionales del gobierno mundial.
Es decir que dichas estrategias son propuestas por fuerzas exteriores
que condicionan el actuar en un determinado sentido, pero puestas en marcha de
manera más o menos consciente por el simulador, con el propósito de ser lo
suficientemente convincente.
Un tercer elemento es aplicar mecanismos de exclusión. Todo aquel que no
“parece ser” pasa inmediatamente a ser sospechoso de “no ser” y por tal razón,
debe ser excluido pues iría en contravía de aquello que es deseable para la
sociedad. Estos mecanismos de exclusión impiden reconocer la diferencia, la
cual se constituye en amenaza, pero también alejan la posibilidad de reconocer
la semejanza. Reconocerse semejante a aquellos que “no parecen ser”, significa
aceptar la posibilidad de alejarse del ideal, lo cual no es aceptable. Así, se
refuerza la idea propuesta de la investigadora Mónica Zuleta en el sentido que la
alianza entre conocimiento y moral ha favorecido en Colombia entre otras cosas,
la expansión de los sentimientos de “desprecio
por lo que somos y admiración por lo que supuestamente debemos ser”(2010. Pág.
14)
Podemos concluir, que los anteriores procedimientos permiten naturalizar
los comportamientos y justificar las acciones, generando que la simulación pase
a ser el dispositivo de verdad, lo cual implica entre otras cosas:
1. La imposibilidad de distinguir entre el simulacro y el ser. En el
simulacro social de ser un país “civilizado” poco importa si lo somos o no,
porque “creemos” que lo somos, o que “ya casi” lo logramos o que estamos en el
camino “correcto” de lograrlo.
2. Se genera culpa por lo que
somos, más no por lo que parecemos ser. Ya que se considera que lo primero (es
decir, lo que somos) es lo que realmente nos ha apartado del deber ser,
mientras que la simulación, por el contrario nos acerca al ideal.
3. Sentimientos de frustración y resentimiento, al descubrir el
alejamiento del ideal. Recurriendo nuevamente a la jerga popular,
constantemente “se nos sale el estrato”.
Lo cual pone en evidencia la simulación y su fallido intento por “ser”.
4. Sentimientos de arrogancia, de indiferencia y de interés utilitarista,
frente a la realidad social y nuestra actuación en ella, ya que al ser
depositarios de la verdad que nos ofrece la simulación, nos situamos por encima
de aquellos que “no parecen ser”.
El simulacro de paz
Sabemos que la historia del país se cuenta a partir de la violencia
presente en forma de confrontación armada de distintas manifestaciones. Pero
también podría contarse a partir de los intentos por conseguir la paz. Somos un
país en guerra, somos un país en permanente conflicto, pero también
permanentemente queremos “parecer un país en busca de la paz”. Nuevamente el
simulacro se convierte en el deseo de ser.
Constantemente, también hemos escuchado de los analistas económicos y
políticos, de los medios de comunicación, frases como por ejemplo, de “que al
país le va mal, pero a la economía le va bien”. Es decir, que vamos alcanzando
al desarrollo, a pesar del conflicto, porque no somos un país en guerra, sino
porque somos un país que busca la paz. Es decir, que de la misma manera que queremos parecer civilizados, queremos
parecer un país en paz. La paz (que para
el simulacro no es más que la ausencia de un conflicto armado manifiesto) es la
posibilidad de mantener el crecimiento económico, la inversión extranjera, la
calidad de vida, tal como recientemente lo señaló el premio nobel de economía
Joseph Stiglitz: “La violencia y la
inseguridad han marcado al país durante un largo periodo de tiempo. Pero creo
que si Colombia alcanzara la paz sería un enorme impulso para la economía del
país. Y si en el proceso de paz son capaces de hablar sobre problemas de base como
la desigualdad, esto ayudaría a Colombia aún más”.
(Semana, abril 9 de 2014).
Considero
que precisamente es ese escenario de simulación de la paz lo que nos permite
hablar del post-conflicto e imaginarnos el país después de la guerra. Sin
embargo, no hay que traer a colación muchos ejemplos para entender que las
condiciones de base que han generado los conflictos y continúan haciéndolo
permanecen sin solucionarse. Al parecer, no hemos cambiado lo que “somos”, sino
los cambios se siguen dando en los modos de “querer parecer”.
Me enseñaron que “no solo hay que ser sino parecer”, pero a partir de
nuestra historia he aprendido que tal vez es suficiente con “parecer”. El
simulacro nos resulta más cómodo y más efectivo, nos ha ahorrado el esfuerzo de
pensar lo que somos y simplemente, nos marca el rumbo de lo que deberíamos ser. La pregunta es si realmente nos hace más
libres y alegres.
Bibliografía
Zuleta, M. (2010). La Moral de la
Crueldad. En Nómadas. No. 33.
Universidad Central. Bogotá.
Castro, C. “Si yo fuera Santos…”
En Revista Semana. Abril 9 de 2014. Sección Nación. Disponible en línea: http://www.semana.com/nacion/articulo/el-premio-nobel-de-economia-joseph-stiglitz-le-da-consejos-santos/383153-3
Consultado en: Abril 17 de 2014.
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